¿Cuáles son los límites de la tolerancia en democracia?
¿Pueden justificarse los actos de represión, censura y persecución política en nombre de la protección de la democracia? Esta es una pregunta que ha acompañado el debate público en torno a las democracias modernas desde sus orígenes.
¿Acaso las leyes que prohíben la propagación de determinadas ideas no atentan contra los principios básicos que la democracia defiende? ¿No es la tolerancia, justamente, uno de los valores fundamentales de los regímenes democráticos? ¿Y qué sucede con aquellas ideas que amenazan dichos fundamentos? ¿Deben también ser toleradas?
La tolerancia —que puede ser definida como la voluntad para soportar ideas y grupos de personas con las que no se está de acuerdo— se ha vuelto un punto de controversia en el debate sobre las inclinaciones democráticas de la ciudadanía. Sobre todo, porque implica una discusión sobre los límites de las libertades políticas individuales.
¿Qué significa ser tolerante? ¿Cuáles son los límites de la tolerancia en una democracia moderna? ¿Es la intolerancia política un problema para alcanzar la libertad de todos los ciudadanos?
El lugar de la tolerancia en democracia
El concepto de tolerancia a menudo es confundido con otros conceptos como «permisividad» o «condescendencia». Sin embargo, para comprender el significado político de este concepto, lo más adecuado es remitirse al lugar que ocupa dentro de la teoría democrática.
En términos simples, la democracia suele entenderse como un conjunto de procedimientos que permiten el gobierno de las mayorías. Las democracias liberales incluyen sistemas (a veces sofisticados) para agregar las preferencias de los ciudadanos y definir un curso de acción que sea satisfactorio para la mayoría.
Pero la democracia no es solo el gobierno de la mayoría. Es también un sistema político que garantiza (mediante sus instituciones) el respeto por los derechos de las minorías políticas. En especial, el derecho a contar con los medios apropiados para competir por el poder político.
Los sistemas democráticos buscan asegurar la posibilidad de que todas las personas puedan participar de las discusiones públicas y aportar sus propias ideas. La democracia promueve la deliberación como el mecanismo apropiado para encontrar las mejores ideas.
En este sentido, introducir restricciones sobre las ideas o grupos de personas que están habilitados para proponer ideas podría considerarse contrario a los ideales democráticos.
A pesar de ello, existen múltiples sistemas políticos —usualmente considerados democráticos— que han incorporado restricciones para limitar el acceso a la arena política a determinados participantes o determinadas ideas.
Algunos sistemas políticos prohíben, por ejemplo, la existencia de partidos políticos fundados en religiones. Otros sistemas prohíben la circulación de ideas extremistas como, por ejemplo, las leyes que prohíben negar el Holocausto en Alemania. En algunos países, los partidos políticos radicales no tienen permitido participar en las contiendas electorales.
En 1954 el gobierno de los Estados Unidos prohibió la circulación de las ideas que estuvieran asociadas con el comunismo.
En muchos otros lugares del mundo, los gobiernos de turno han empleado el poder para prohibir que se formen grupos políticos de oposición y evitar que participen en el debate público.
¿Existe una justificación para prohibir la circulación de determinadas ideas o para impedir a determinados grupos tener acceso a la arena política? Desde el punto de vista de la teoría democrática, el sistema político requiere de un debate libre y abierto, en el que se de lugar a la diferencia. Este tipo de debate público solo puede prevalecer si prevalece también la tolerancia.
Los límites de la tolerancia
Como se ha dicho, la tolerancia política en los sistemas democráticos implica que todas las ideas políticas (y los grupos que las sostienen) tengan el mismo acceso al debate público. Esto quiere decir que las ideas minoritarias deben poder presentarse de la misma forma que las ideas que dominan el sistema.
Esta definición no se extiende a cualquier tipo de conducta. No incluye, por ejemplo, acciones violentas. A modo de ejemplo, la tolerancia política no significa que se deban tolerar actos de terrorismo. Dicho esto, sí podría proteger los derechos de libre expresión de las personas que promueven el terrorismo.
El concepto de tolerancia política que se ancla en la democracia liberal tampoco protege formas de expresión que no son políticas como, por ejemplo, la pornografía o la publicidad comercial.
Podría, sin embargo, cubrir ideas que son altamente impopulares como la necesidad de una revolución violenta, el racismo, el comunismo o el fanatismo religioso.
Pese a que el debate en torno a los límites de la tolerancia política suele centrarse en ciertos tipos extremos de opinión, en términos prácticos las controversias que suelen emerger no siempre se relacionan con estas formas inusuales y radicales de discurso.
En muchas ocasiones, la intolerancia suele manifestarse en torno a ideas (y las personas que detentan dichas ideas) que no son particularmente peligrosas, pero que son consideradas poco ortodoxas (p. ej. ateos, homosexuales).
La teoría democrática liberal proporciona algunos marcos de referencia respecto de estos casos y el tipo de actividades cuyo acceso debe ser garantizado para las minorías políticas. En términos generales, toda acción y comportamiento que se vincule con un esfuerzo por persuadir a la ciudadanía y/o por acceder a cargos de poder debiese ser tolerado.
Esto incluye los discursos públicos, la presentación de candidaturas para acceder a cargos de representación política, e incluso publicitar las actividades de determinado grupo.
Por razones obvias, la democracia no exige tolerar actividades ilegales. Sin embargo, se debe tener en consideración que las mayorías pueden emplear el poder del Estado para criminalizar las actividades políticas de las minorías.
En términos generales, esta teoría de la democracia permite anticipar dos peligros inminentes (e interconectados) para la libertad. En primer lugar, muchos temen que los gobiernos usurpen el poder y prohíban la expresión de ideas que buscan modificar el status quo.
En segundo lugar, existe un peligro más sutil: aquel que se origina en la cultura política e incluye las creencias, valores, actitudes y comportamientos de los ciudadanos ordinarios. En efecto, muchas restricciones pueden originarse en las presiones sociales por conformarse con las normas culturales.
En la medida en que los ciudadanos sean intolerantes con las opiniones que amenazan las formas dominantes de pensar, los costos de expresar tales visiones sobre la sociedad pueden llegar a ser muy altos. De esta forma, la intolerancia política, si es masiva y concentrada en determinados tópicos, puede llegar a silenciar opiniones controversiales o impopulares.
¿Qué hace que una persona sea tolerante y otra no?
Uno podría pensar que la intolerancia y el prejuicio son dos caras de la misma moneda. Pero este no es el caso. En la actualidad no existen estudios conclusivos que vinculen la intolerancia con el prejuicio entre diferentes grupos sociales.
En otras palabras, tener un prejuicio contra otro grupo social no es un requisito para la intolerancia política. Para muchas personas no es necesario adscribir estereotipos negativos a aquellas personas con las que se tiene un desacuerdo político profundo.
Si no son los prejuicios ¿entonces cuál es la razón detrás de la intolerancia? Según Gibson (2011), el factor que predice la intolerancia con mayor fuerza es la percepción de amenaza. Vale decir, la noción de que determinadas ideas (y las personas que las sostienen) son un peligro para la sociedad.
Las percepciones de amenaza pueden estar basadas en prejuicios, pero este no siempre es el caso. En muchas ocasiones la percepción de amenaza que se tiene respecto de un determinado grupo puede estar basada en datos objetivos y realistas.
La tolerancia, por otra parte, requiere que seamos capaces de reconocer y aceptar la existencia de actividades políticas ejecutadas por grupos cuyas ideas nos causan rechazo. Esto es así si se acepta el supuesto democrático de que todas las ideas deben poder competir libremente en el espacio público.
Prestar atención a la intolerancia es importante no solo porque esta puede ayudar a que se apruebe legislación represiva, sino que también porque contribuye a un clima de conformismo que sanciona la expresión de los puntos de vista de las minorías.