El proyecto de la Democracia Cristiana y su «tercera vía»

En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1933-1945) los partidos políticos de la corriente demócrata cristiana jugaron un rol fundamental en el restablecimiento de los regímenes democráticos modernos, que tuvieron que construirse sobre las cenizas de los regímenes autoritarios y fascistas que les precedieron.

La «época dorada» de lo que ahora se conoce como «Democracia Cristiana» se sitúa entre 1945 y 1963. Durante este periodo, las fuerzas sociales católicas se movilizaron poderosamente en los escenarios políticos de Europa para conformar partidos históricos como, por ejemplo, la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (fundada en 1945 y todavía vigente).

¿Cómo fue que la Democracia Cristiana se convirtió en una fuerza política de peso en las democracias europeas? ¿Qué tipo de ideología caracterizó a este movimiento democrático emergente?

El éxito de la Democracia Cristiana en la postguerra

En el contexto de la postguerra, el éxito de la Democracia Cristiana recae en su capacidad para combinar una fuerte oposición a la economía capitalista con la defensa de regímenes de gobierno democráticos.

Así, la Democracia Cristiana demostró un compromiso con el bienestar social (sin ser socialista) mientras que, al mismo tiempo, se opuso a todo tipo de autoritarismos o totalitarismos. En este sentido, se puede decir que la Democracia Cristiana es una fuerza política que se ubica al centro del espectro «izquierda-derecha».

En efecto, allí donde emerge, la Democracia Cristiana suele ser un partido político que modera y articula los antagonismos entre derecha e izquierda. Esto se debe a que, como la izquierda, posee una preocupación importante por mejorar las condiciones sociales de las clases bajas al mismo tiempo que, como la derecha, defiende la estabilidad, el orden y rechaza la vía de la revolución violenta para producir el cambio.

Sin embargo, sería un error pensar que la Democracia Cristiana es una fuerza política única. Existe una variedad de movimientos y partidos políticos que han tomado esta etiqueta y, por ello, es posible encontrarse con múltiples interpretaciones de lo que significa ser «demócrata cristiano».

Por estas razones, definir la ideología política de la Democracia Cristiana siempre es un desafío mayor. La mayor parte de los partidos demócrata cristianos, sin embargo, han adoptado el slogan de la «tercera vía»: entre el marxismo y el capitalismo.

Orígenes históricos de la Democracia Cristiana

Pese a que el auge de la Democracia Cristiana se puede observar en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, el término comenzó a ser empleado por primera vez en la historia después de la Revolución Francesa (1789). En aquella época, se usaba para denominar a aquellos cristianos que rechazaban la alianza tradicional entre el clero y la monarquía absolutista.

De esta forma, los orígenes del término indican la separación de ciertos cristianos respecto del «ancien regime» y la negación de su naturaleza divina.

Pese a esta separación, la corriente intelectual de la Democracia Cristiana mantuvo un supuesto ideológico de base: la idea de que el mundo político moderno necesitaba de la religión para mantener el equilibrio y la integración social.

En otras palabras, las fuerzas cristianas de la época sostuvieron que la cohesión social solo podría ser alcanzada si la sociedad, en general, compartía un mismo sistema de valores: aquel de la religión cristiana, cuyo garante es la Iglesia Católica.

¿Cuál sería la forma para alcanzar este ideal social cristiano? Durante muchas décadas, la Iglesia Católica se cuestionó seriamente cuál debía ser el rol que debían tener los creyentes en la evolución de la escena política y hasta qué punto la Iglesia misma debía involucrarse en estos asuntos terrenales.

La palabra «democracia» fue, durante este periodo, un término problemático para la Iglesia. Esto se debe a que anticipaba la llegada de un régimen de gobierno radical que amenazaba la jerarquía vertical del clero e incluso la autoridad del Papa.

En diciembre de 1864, por ejemplo, el Papa Pío IX promulgó la encíclica «Quanta Cura» en la que se refería a los regímenes populares como uno de los más grandes errores del siglo y condenaba a quienes defendían el rol de la opinión de las masas en los asuntos políticos.

Lamentablemente para Pío IX, las circunstancias históricas forzaron a la Iglesia Católica a hacer nuevos ajustes a la doctrina oficial. Hacia finales del siglo XIX, en muchos países europeos con sistemas parlamentarios, el poder político claramente dependía del nivel de control que se tenía sobre la opinión pública.

Así, entre 1885 y 1903, el término «Democracia Cristiana» hizo su debut público como instrumento de educación, apoyo y movilización política del estilo de vida católico. En parte, gracias a la encíclica «Inmortale Dei» de León XIII, en la que el Papa aseguró que, cualquiera fuera la forma de gobierno, esta debía garantizar un Estado de Bienestar.

Dicha encíclica pavimentó el camino para legitimar la presencia política de las fuerzas católicas que buscaban construir un nuevo sistema político en defensa de las personas menos favorecidas por la estructura social y con respeto por la diversidad de opinión.

La doctrina social de la Iglesia

La famosa encíclica de 1891 «Renum Novarum» del Papa León XIII es clave para entender la propuesta ideológica que permeó a los partidos demócrata cristianos de los siglos XIX y XX. En ella, el Papa invitaba a los católicos a profundizar la acción social de la Iglesia en defensa de las clases obreras, respaldando muchas de las demandas de los trabajadores.

Muchos creyentes leyeron esta encíclica como un llamado del Papa a respaldar formas de gobierno populares, aún cuando esta no fue su intención original.

De forma posterior, y en un intento por reafirmar la autoridad del clero de la Iglesia Católica por sobre la de los líderes populares, el Papa Pío X, a través de la encíclica «Fin Dalla Prima Nostra» (1903), realizó un llamado a la Democracia Cristiana a mantenerse alejada de la política de partidos.

Sin embargo, esto no fue suficiente para contener a los movimientos políticos y partidos cristianos, que continuaron sus actividades. Durante las décadas de 1920 y 1930, en efecto, la doctrina social de la Iglesia resurgió con fuerza en el contexto de la reconstrucción de Europa tras los desastres de la Primera Guerra Mundial (1914-1818).

Jacque Maritain (1882 – 1973) fue uno de los principales intelectuales del humanismo cristiano que contribuyeron a conformar el contenido ideológico de la Democracia Cristiana durante esta época. Maritain consideró con seriedad las críticas del marxismo a los problemas de la modernidad y cómo estas podrían contribuir a un proyecto político cristiano de renovación.

Pensó, además, que el desencanto de las masas populares con la Iglesia Católica podría ser una consecuencia de la despreocupación de la Iglesia por las causas de la justicia social. De esta forma, argumentó que la cristiandad debía cooperar con dichas causas a través de un nuevo movimiento político y cultural que abrazará el constitucionalismo liberal.

La Democracia Cristiana, en la mente de Maritain, debía acoger este «humanismo» con la intención de fundar un «nuevo mundo». La cuestión de la revolución, por tanto, no tardó en aparecer. ¿Este nuevo mundo se alcanzaría mediante una revolución? ¿De qué tipo?

Las experiencias de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y de los totalitarismos permitieron que la Democracia Cristiana se definiera como un movimiento político en defensa de la «democracia ética». Por supuesto, en coherencia con este compromiso democrático, la Democracia Cristiana renunció a los métodos violentos para alcanzar la abolición de las injusticias sociales.

En 1944, el Papa Pío XII defendió abiertamente la democracia como el mejor modelo político desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia. De esta forma, la Iglesia se opuso de forma radical a cualquier forma de despotismo, dictadura y concentración de poder que tuviera como resultado la restricción de la libertad y dignidad de las personas.

Desde ese momento, el contenido ideológico de la Democracia Cristiana quedó delimitado a I) la lucha en contra de las injusticias sociales del mundo moderno y II) la promoción de la democracia como la mejor alternativa política para la participación activa de los creyentes en esta lucha.

El partido del centro ideológico

La Democracia Cristiana se encontró, muy prontamente, en un escenario bastante favorable. Los partidos de esta corriente ideológica se volvieron el centro de atención electoral para una porción considerable de la sociedad. Al representar la tradición religiosa cristiana, fueron percibidos como «partidos del orden» y, por tanto, pudieron captar el voto de electores de derecha moderados.

De forma paradójica, la Democracia Cristiana se perfiló como un movimiento político que buscaba el cambio dentro del orden establecido. Al rechazar la vía revolucionaria de la izquierda marxista, logró captar el interés de muchos votantes conservadores. Al mismo tiempo, al compartir muchos de los intereses de la izquierda por introducir cambios para alcanzar la justicia social, también logró cautivar a muchos votantes de ese lado del espectro ideológico.

Los demócratas cristianos comenzaron a presentarse a sí mismos en los debates públicos como un punto de mediación y articulación entre la necesidad de cambio, por un lado, y la mantención del sistema de valores sociales, por el otro lado.

El objetivo de la Democracia Cristiana, en palabras de Georges Bidault (líder del MRP Francés), es:

Gobernar en el centro con la ayuda de la derecha para alcanzar los objetivos de la izquierda.

Georges Bidault

En palabras de Alcide de Gasperi (líder de la DC Italiana), la Democracia Cristiana pude definirse como:

Un partido de centro que mira hacia la izquierda

Alcide de Gasperi

De esta forma, la Democracia Cristiana comenzó a posicionarse en la política partidaria de diferentes países como promotora de la modernización controlada y garante del cambio gradual hacia una sociedad más justa.

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