Teoría Política Clásica: Sócrates, Platón y Aristóteles

¿Quiénes fueron Sócrates, Platón y Aristóteles? y ¿Por qué sus ideas, formuladas hace miles de años, todavía son relevantes para el pensamiento político contemporáneo?

Si bien la Antigua Grecia fue la cuna del pensamiento político incluso antes de la aparición de figuras como Sócrates, Platón o Aristóteles, fue con estos filósofos que alcanzó su carácter sistemático y su desarrollo más complejo.

Las teorías políticas de estos pensadores griegos están fuertemente vinculadas con sus teorías éticas y los temas centrales que abordaron a lo largo de su vida fueron las formas de gobierno y las constituciones políticas.

Si bien otros pensadores griegos, como Heródoto y Eurípides, consideraron estos asuntos, Platón fue el primero en llevar a cabo un análisis cuidadoso y sistemático de las preguntas fundamentales de la filosofía política.

Platón creía, como su maestro Sócrates, que el propósito de una comunidad política es el de permitir que sus habitantes lleven la mejor vida posible, y que la forma de asegurar este propósito era que los gobernantes alcanzaran una comprensión exacta de la naturaleza humana y de aquellas cuestiones que hacen que una vida sea digna de ser vivida.

Aún cuando Sócrates no desarrolló una teoría política sobre las constituciones o el Estado ideal, sus enseñanzas fueron fundamentales para el desarrollo de las teorías que Platón escribió al respecto en su obra maestra: La República. Es por esto que iniciamos este recorrido sobre la teoría política clásica desde el pensamiento socrático.

El pensamiento político de Sócrates

Sócrates (470 AC – 399 AC) no fue un pensador sistemático y tampoco escribió ninguna obra. Sin embargo, es una figura central en la historia de la filosofía antigua. En lugar de escribir, Sócrates dedicó su vida a estimular el pensamiento de otros mediante preguntas incómodas e inquietantes paradojas.

Sócrates

En vista de que no dejó ningún escrito, su pensamiento y actividades se conocen a través de los testimonios de sus contemporáneos -principalmente por medio de los diálogos de Platón, en los que Sócrates es una figura recurrente.

Socrátes pensaba que la virtud, la verdad y la sabiduría eran valores de importancia suprema y que, en comparación con estos «bienes del alma», cuestiones como la riqueza, el poder y la fama eran insignificantes.

Para Sócrates, solamente la posesión de estos bienes garantiza la felicidad y una vida plena. Sin embargo, él afirmó no tener ningún conocimiento de estos bienes y pasó su vida tratando de alcanzar dicho conocimiento a través de conversaciones con otros atenienses.

En lo que respecta al ámbito político, Sócrates pensaba que los valores que determinan la vida individual (virtud, verdad y sabiduría) también debían dar forma a la vida colectiva de la comunidad.

En el Gorgias (diálogo), Socrátes afirma que lo que necesita un Estado es un liderazgo de excelencia, que dependa de un tipo especial de conocimiento. A este conocimiento le llamó «el arte político» (politikê technê).

Este arte político consta de dos partes principales: el arte de la legislación y el arte de la «justicia correctiva». Así como el arte del ejercicio y la medicina sirven para producir y mantener un cuerpo saludable, Sócrates pensaba que la legislación y la justicia correctiva servirían para producir y mantener la virtud del alma en los ciudadanos.

De esta forma, el objetivo del buen político, para Sócrates, es el de instaurar y mantener la virtud (aretê) en las almas de los ciudadanos. Pero ¿en qué consiste exactamente la virtud socrática? Es la combinación de cuatro valores cardinales: la justicia, la moderación, la valentía y la sabiduría.

Sócrates, como Platón, fue un crítico de la democracia ateniense. Tanto a él como a su discípulo les preocupaba la forma en la que las masas se dejaban persuadir por los demagogos (oradores que buscaban ganarse el favor de la asamblea para satisfacer sus propios deseos personales).

Aún así, no está claro si Sócrates se oponía a este tipo de gobierno. Su preocupación, más bien, era que quien gobernase (fuera quien fuera) tuviera el conocimiento necesario sobre la naturaleza de la virtud y cómo producirla.

En síntesis, se puede resumir el pensamiento político de Sócrates en tres aportes fundamentales al corpus de la teoría política clásica:

  1. La finalidad de la comunidad política es la felicidad de sus miembros;
  2. La virtud es una condición necesaria (y quizás suficiente) para alcanzar la felicidad; y
  3. Cultivar la virtud requiere que algunos miembros de la comunidad política posean un conocimiento especializado sobre la naturaleza de la virtud, cómo se adquiere y cómo se implementa la justicia correctiva. En otras palabras, la comunidad debe ser guiada por líderes que posean el arte político.

El Estado Ideal de Platón: La República

Platón (427 AC – 347 AC), como buen discípulo, dio un paso más allá de Sócrates con la convicción de que solamente a través de cambios fundamentales en la estructura de un Estado sería posible la implementación de una comunidad política ideal y justa.

Platón

El Estado ideal de Platón es descrito en su obra más conocida, La República, a través de la boca de Sócrates, su principal protagonista.

En el primer libro de La República, Sócrates se enfrenta a Trasímaco, quien sostiene que es mejor llevar una vida injusta que una vida justa. En este debate, que es continuado en el segundo libro por Glaucón y Adimanto, se desafía a Sócrates a probar que, al contrario de lo que piensa Trasímaco, la justicia es la mejor de las virtudes.

Para completar esta tarea, Sócrates introduce una dimensión política y afirma que es más fácil descubrir la justicia en una ciudad que en un individuo, dado que las ciudades son más grandes y, por tanto, la justicia será más aparente.

El primer y principal objetivo de La República será, por tanto, determinar qué hace que un Estado sea justo o injusto.

En el proceso de construir la ciudad ideal, Sócrates distingue tres clases de ciudadanos: la clase trabajadora (granjeros, artesanos, mercaderes, etc.), la clase militar (los «auxiliares») y la clase gobernante (los «filósofos reyes»).

La estructura jerárquica del Estado ideal se basa en el supuesto de que existen diferencias naturales en las aptitudes de los individuos que forman parte de una misma comunidad. Así, quienes muestran una predisposición natural hacia las actividades intelectuales tendrán una educación especial en matemáticas y filosofía y, eventualmente, se convertirán en los líderes del Estado.

En lo que respecta a la organización económica, en la ciudad ideal la clase de los campesinos y artesanos podrá ser dueña de propiedades y disfrutar de la prosperidad material de su trabajo; mientras que los soldados y los gobernantes tendrán prohibida la posesión de propiedad privada y vivirán una vida austera.

El propósito de esta distribución es asegurar la felicidad de la ciudad considerada como un todo, en el que cada clase experimente condiciones de vida que le permita alcanzar su máximo potencial y cumplir su función apropiadamente. Mientras que los trabajadores serán felices disfrutando de la prosperidad material, los soldados y gobernantes alcanzarán la felicidad por medio de la posesión de los «bienes del alma» y el perfeccionamiento de las virtudes morales e intelectuales.

Según el argumento de Sócrates, los miembros de cada una de estas tres clases lograrán la felicidad trabajando por el bien de la comunidad y contribuyendo al bienestar general en aquellas áreas en las que cuentan con aptitudes naturales.

Todos los aspectos de la estructura de esta República estarán articulados mediante las Leyes, que regulan los aspectos más básicos de la vida política y social del Estado. Los gobernantes se encargarán, gracias a sus capacidades racionales, de trabajar en los detalles de dichas leyes sin estar, en ningún caso, por sobre ellas.

Pero ¿Cómo se asegurará en esta República que la clase gobernante lidere bajo los principios morales adecuados y no busque, en cambio, la riqueza, el poder y la fama? Para Sócrates, esta preocupación no tiene sentido. Según él, la educación que los gobernantes reciben da forma a sus valores de tal manera que el abuso de poder no les provoque ninguna tentación.

Como se dijo anteriormente, para los gobernantes los bienes que se obtienen a través del abuso de poder son insignificantes en comparación con los bienes trascendentales del «mundo de los objetos inteligibles», a los que se accede por medio de la mera contemplación.

Sócrates explica esta situación en el libro VII por medio de la famosa «Alegoría de la Caverna». En ella se dice que nuestra vida en este mundo es como la vida de prisioneros que se encuentran encadenados en una cueva en la que solo pueden ver sombras de la realidad.

Ilustración de la Alegoría de la Caverna (Libro VII de La República, Platón)

La educación que se les da a los filósofos les libera de las ataduras y los guía fuera de la caverna hacia el mundo iluminado por los rayos del sol. Ahí, son capaces de contemplar la realidad del mundo de las Ideas y las Formas (el mundo inteligible).

Al volver a las sombras de la caverna, los filósofos ya no tienen interés en la influencia, el prestigio y la riqueza (sombras). En cambio, su vida se guía por la búsqueda de la Verdad, la Justicia, lo Bueno, lo Bello y otras Formas (ideas).

Existe, obviamente, lugar para el escepticismo en algunos de los argumentos que contiene La República de Platón. Sin embargo, antes de enfocarnos en la crítica que ha recibido esta obra, primero vale la pena mencionar algunas de sus principales virtudes.

En primer lugar, Platón sostiene que las mujeres deben recibir igual trato que los hombres. Esto es, se les deben dar las mismas oportunidades educacionales, puesto que se afirma una igual distribución de talentos y capacidades entre hombres y mujeres.

Adicionalmente, la ausencia de esclavitud en el Estado Ideal es sorprendente, teniendo en consideración que la esclavitud era una institución normal en las poleis griegas de la antigüedad. La idea de que existen humanos que deben ser propiedad de otros no tiene mención alguna a lo largo de la obra.

En el lado negativo, una de las principales críticas a La República es la ausencia de libertad y autonomía en el Estado Ideal. Así también, no existen razones suficientes como para estar seguros de que una pequeña élite gobernante (sin supervisión alguna) mantendrá su compromiso con la persecución del bien común.

La Política de Aristóteles

La Política de Aristóteles (384 AC – 322 AC) se enfoca exclusivamente en el estudio de las diferentes constituciones y formas de gobierno. Aristóteles está de acuerdo con Platón (y Sócrates) en que el principal fin de un Estado es el de generar felicidad para sus miembros y que la mejor forma de alcanzar este objetivo es por medio del diseño de la constitución política.

Aristóteles

El enfoque de Aristóteles es mucho más práctico y realista que el de Platón. En La Política aborda cuatro preguntas principales:

  1. ¿Cuál es la constitución ideal de un Estado?
  2. ¿Cuál es la mejor constitución posible para la mayoría de los Estados existentes?
  3. ¿Qué constitución sería mejor para un Estado en particular, considerando su actual constitución, su historia y tradiciones, y el carácter de sus ciudadanos?
  4. ¿Cuál es la mejor forma de preservar la constitución de un Estado, aún si esta no es perfecta?

Solo la primera pregunta fue abordada por Platón en La República y Las Leyes. Las preguntas 2, 3 y 4 muestran un serio interés por parte de Aristóteles por comprender y mejorar la política de las ciudades-Estado de su época.

De forma adicional, Aristóteles aborda preguntas tales como: (I) ¿Qué es una ciudad-estado y cómo se diferencia de otros tipos de comunidades? (II) ¿Qué se necesita para que un ciudadano califique como tal? y (III) ¿Cuáles son los mejores criterios para calificar las constituciones políticas?

En lo que sigue, abordaremos las respuestas que Aristóteles da para estas últimas tres preguntas.

¿Qué es una ciudad-Estado y cómo se diferencia de otras comunidades?

En los primeros capítulos de La Política, Aristóteles argumenta que las aldeas se forman naturalmente en el momento en que se reúnen varias casas y, a su vez, las ciudades-Estado aparecen cuando se reúnen múltiples aldeas.

En cada caso, la articulación se produce en función de la satisfacción de necesidades básicas como la provisión de comida, el refugio y la defensa en contra de los agresores. Sin embargo, en el caso de la ciudad-Estado, Aristóteles señala que surge por las necesidades vitales, pero permanece en función de la buena vida.

En otras palabras, si bien las ciudades-Estado aparecen para la satisfacción de las necesidades básicas, una vez establecidas, revelan su verdadero valor: permitir el desarrollo de las capacidades más elevadas de la existencia humana.

¿Qué se necesita para ser ciudadano de una Polis?

Los primeros capítulos del libro II de La Política están dedicados a la aclaración de tres conceptos principales: ciudad-Estado (polis), ciudadano (politês) y constitución (politeia).

Los términos griegos para estas palabras están obviamente interconectados y los conceptos, según Aristóteles, también. Una ciudad-Estado es definida como: una comunidad de ciudadanos lo suficientemente grande como para ser autónoma. Por otro lado, una constitución se define como: la organización de las magistraturas de una ciudad-Estado (especialmente las más importantes).

Finalmente, el ciudadano es definido en función de ambos términos. A saber, un ciudadano es una persona elegible para participar en las magistraturas deliberativas y judiciales. Esta definición presupone la existencia de una sociedad compleja, que posee una constitución con arreglos institucionales para los órganos deliberativo y judicial. Vale decir, una ciudad-Estado.

¿Cuáles son los criterios para diferenciar las constituciones?

El primer criterio para diferenciar las constituciones es el número de personas que gobierna. Si el poder reside en unos pocos, nos encontramos ante una oligarquía o una aristocracia. Si el poder para tomar las decisiones políticas reside en «los muchos», entonces nos encontramos ante una democracia. Finalmente, si solo hay una persona que detenta el poder nos encontramos ante una monarquía o tiranía.

Un segundo criterio es el objetivo o la finalidad de los poderes del gobierno. Esta puede ser: a) el bien de la comunidad política o b) el beneficio privado de los gobernantes. En otras palabras, la diferencia radica en el carácter despótico o no despótico del gobierno.

El gobierno de uno puede ser despótico (tiranía) o no despótico (reinado); El gobierno de unos pocos puede ser despótico (oligarquía) o no despótico (aristocracia); y el gobierno de muchos puede ser despótico (democracia) o no despótico (república).

Estos gobiernos son abordados por Aristóteles en los libros III (reinado), IV (república, democracia, oligarquía y tirania) y VII (aristocracia).

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