El republicanismo y su poder revolucionario en el mundo moderno

La tradición republicana ocupa un lugar especial en la filosofía y teoría política tanto de Europa como de América. Desde sus raíces en el pensamiento político antiguo de autores de Grecia y Roma hasta su florecimiento en el Renacimiento europeo, el republicanismo se ha centrado en los ideales de libertad, autogobierno, ciudadanía, igualdad y virtud.

El republicanismo probó ser una poderosa corriente de pensamiento durante la Revolución Francesa (1789) y la Revolución de las Trece Colonias (1776). Sin embargo, y hasta cierto punto, se convirtió en víctima de su propio éxito y fue absorbido por los ideales de la tradición liberal.

El liberalismo vio en la tradición republicana una amenaza. Las ideas republicanas, se pensó, son vulnerables a la influencia de movimientos nacionalistas excluyentes, populismos tiránicos y parroquialismos. Así, la tradición republicana pasó a ser vista con nostalgia, como una corriente de pensamiento político que nada puede ofrecer al mundo moderno.

Sin embargo, desde la década de 1980 en adelante el panorama ha cambiado y la fortuna de la tradición republicada se ha visto favorecida por intelectuales estadounidenses, alemanes, franceses, italianos e ingleses que han tratado de revivir sus ideales. En la actualidad, el republicanismo es visto como una de las principales alternativas al liberalismo y ha sido articulado por autores como Quentin Skinner y Philip Pettit en una nueva tradición «neo-republicana».

¿Qué tan diferente es en realidad el republicanismo (y su nueva lectura) del pensamiento político liberal?

La tradición republicana y la defensa de la «cosa pública»

La tradición del pensamiento republicano, como un bloque sólido de proposiciones políticas, puede encontrarse desde el humanismo neo-clásico del renacimiento en Italia (exhibido fuertemente por Nicolás Maquiavelo), pasando por la obra de James Harrington y los hombres de la Commonwealth (escritores políticos británicos de los siglos XVII y XVIII), hasta las obras de Jean-Jacques Rousseau y James Madison (quienes, con sus ideas, inspiraron los eventos de la Revolución de las Trece Colonias).

Este movimiento intelectual y político de corte «Maquiaveliano» se expandió a lo largo del globo durante varios siglos. Sus temas centrales fueron la libertad, la participación política, la virtud cívica y la corrupción.

En particular, el republicanismo gira en torno a un concepto específico de libertad inspirado en el ideal romano de libertas. El potencial de este concepto, sin embargo, ha sido obscurecido por el concepto de libertad defendido por el liberalismo moderno, y que es protagonizado por los derechos individuales fundados en leyes naturales.

En la tradición liberal, la libertad es tratada, principalmente como el derecho individual a la no-interferencia, la igualdad política formal (consagrada en las leyes y derechos básicos), la distinción entre el ámbito público y el privado, y una participación civil limitada en la política.

El republicanismo, en cambio, no podría ser más diferente. En esta tradición, al contrario del liberalismo, la libertad se vincula fuertemente con el servicio público y las responsabilidades civiles. En otras palabras, la libertad republicana se trata de la libertad como autogobierno (no en la forma abstracta y pasiva que adopta en el liberalismo, sino que en una forma concreta y activa de participación en los asuntos públicos).

Las principales características del republicanismo son, por tanto, la defensa del autogobierno democrático, la independencia individual, la virtud ciudadana, y la desconfianza ante la corrupción de las élites políticas y económicas.

El republicanismo, así caracterizado, se trata de una corriente de pensamiento político que desea revitalizar la vida cívica y enfatiza el valor de la deliberación pública en los asuntos políticos, con un compromiso explícito con los objetivos comunes de la sociedad.

Los pensadores republicanos, por tanto, defienden un modelo de democracia plural y abierto a la confrontación ciudadana (por medio de la deliberación racional). Además, sostienen que es necesario fomentar en los ciudadanos un «amor por la patria» motivado por el orgullo ante las instituciones y prácticas compartidas (un patriotismo que no debe estar motivado por la membresía étnica, afinidad cultural o una identidad nacional excluyente).

Nuevo republicanismo y la libertad como «no-dominación»

La tradición republicana reconoce que la participación política es constitutiva de la libertad. Vale decir, una persona no puede hacerse llamar «libre» si no participa directamente de los asuntos políticos de su comunidad. La literatura académica (basada en los trabajos de Isaiah Berlin) llama a este tipo particular de libertad: «libertad positiva» (en contraste con el concepto de «libertad negativa» del liberalismo).

Los autores neo-republicanos contemporáneos, sin embargo, han empezado a modificar el vocabulario de la libertad y han propuesto una ruptura con la dicotomía de la libertad «positiva» o «negativa» (especialmente Philip Pettit). En específico, han sugerido que existe una forma de entender la libertad como ausencia de dominación.

Al re-codificar la libertad como «no-dominación», los autores republicanos contemporáneos buscan distanciar al republicanismo de sus variantes comunitaritas, nacionalistas y populistas. Al mismo tiempo, buscan mantener la noción ideal de la ciudadanía que lleva una vida buena, virtuosa y pública.

Pero, ¿qué exactamente significa «no-dominación»? A diferencia de la tradición republicana clásica (que ve la libertad como autogobierno), el neo-republicanismo ve la libertad como la ausencia de dominación: la dependencia de la voluntad de otros y la vulnerabilidad ante su (potencial) interferencia arbitraria.

A diferencia del liberalismo, que ve la libertad como ausencia de interferencia, el neo-republicanismo entiende que puede existir dominación sin interferencia (bajo, por ejemplo, la figura de un amo benéfico que no interfiere con las acciones de sus sirvientes). La dominación, por tanto, no se trata de una acción concreta de interferencia arbitraria en las acciones del otro. Es, en cambio, un tipo específico de relación en la que se establece una jerarquía entre una persona que puede mandar y otra que esta forzada a obedecerle.

La dominación es el resultado de una distribución desigual del poder en las relaciones interpersonales, ya sea entre individuos o grupos de personas. El ideal neo-republicano es, por tanto, abolir toda forma de dependencia: «nadie debería ser capaz de interferir arbitrariamente en las elecciones de vida de otras personas».

Así como puede haber dominación sin interferencia, el neo-republicanismo sostiene que puede haber interferencia sin dominación. Esto sucede cuando la interferencia no es arbitraria. Por ejemplo, cuando es necesario intervenir en la vida de las personas en función de alcanzar o defender los objetivos de interés común (las leyes, por ejemplo, pueden estipular formas de intervención en la vida personal que no son arbitrarias porque protegen el interés general de la sociedad).

¿Es posible una revolución neo-republicana?

El pensamiento político liberal suele descartar los postulados de la tradición republicana en base a dos argumentos principales. En primer lugar, porque sostiene que la tradición republicana es eminentemente iliberal. En otras palabras, porque teme que los regímenes de corte republicano inspirados en las obras de Rousseau o Maquiavelo invariablemente atentarán contra la libertad «negativa».

Por otra parte, el pensamiento liberal ha sugerido que, cuando las democracias republicanas no atentan contra los valores liberales, los regímenes que resultan de tal situación dejan de ser distinguibles de los regímenes de corte liberal. Vale decir que, en condiciones ideales, republicanismo y liberalismo son ideologías políticas compatibles.

Este último argumento, sin embargo, es engañoso. El liberalismo y el republicanismo son dos tradiciones ideológicas diferentes. En síntesis, el neo-republicanismo se diferencia del liberalismo porque:

  1. Tiene un concepto diferente de libertad (como no-dominación);
  2. Se enfoca en la no-dominación y en los «anti-poderes» que dan forma a una agenda política más comprehensiva y progresiva; y
  3. Emplea un lenguaje que es crítico de la política neo-liberal del mundo moderno.

A continuación se abordan en detalle estos tres puntos.

I. Un concepto diferente de libertad

Como hemos dicho anteriormente, el concepto de libertad neo-republicano (no-dominación) es diferente del concepto de libertad liberal (no-interferencia). En particular, ambos conceptos difieren en dos aspectos. En primer lugar, el concepto neo-republicano de libertad socava la tesis liberal de la «no-interferencia». No solo la interferencia reduce la libertad, sino que también lo hace la amenaza de una posible interferencia.

En segundo lugar, la libertad como «no-dominación» socava la tesis de que la interferencia siempre atenta contra la libertad. La interferencia, por sí misma, no es suficiente para reducir la libertad. Lo que reduce la libertad es la interferencia arbitraria.

Vale decir, las personas no dejan de ser libres si se encuentran en una sociedad con leyes que los constriñen, siempre y cuando tales leyes estén erigidas bajo los principios apropiados y sean sometidas al escrutinio y control público. Esto le permite al republicanismo afirmar que existe una «libertad bajo el imperio de la ley» que es superior a la «libertad natural», sin incurrir en contradicciones.

En este asunto, el neo-republicanismo cuenta con una ventaja sobre el liberalismo, puesto que, a través de él, es posible dar cuenta de fenómenos de dominación de tipo estructural. Vale decir, tipos de dominación que no sólo son fruto directo de las relaciones interpersonales, sino que se encuentran anclados en prácticas culturales o institucionales.

Las diferencias entre ambos conceptos de libertad separan al neo-republicanismo de la tradición individualista del liberalismo y lo colocan en una tradición que se preocupa más por la dependencia mutua y las condiciones de vulnerabilidad colectiva. La libertad, para el republicanismo, es intrínsecamente social y relacional y se alcanza mediante la presencia de determinadas instituciones.

II. Un enfoque diferente: protección ante los poderes públicos y privados

Si bien el neo-republicanismo tiene afinidades claras con los liberalismos de corte igualitario o de «izquierda», presta particular atención a los peligros tanto del imperio (poder público y arbitrario) como del dominio (poder privado y arbitrario).

Mientras que el liberalismo igualitario de autores como Rawls y Dworkin apunta a los ideales de justicia social y se compromete con la distinción entre las esferas privada y pública, el neo-republicanismo defiende un programa de reformas estatales y sociales fuertes que se alinean mejor con una democracia radical y una agenda social igualitaria.

En lo que respecta a las formas privadas de dominación, el neo-republicanismo se opone a la existencia de grandes desigualdades económicas y sociales. Las desigualdades de riqueza y de poder, sugieren, pueden ser las principales fuentes de dominación (especialmente de aquellas que se mantienen informalmente, mediante prácticas y normas sociales).

Por otro lado, en lo que respecta a las formas políticas de dominación, el neo-republicanismo advierte que el poder arbitrario del Estado puede atentar contra las libertades y derechos de los ciudadanos. Es por eso que, cualquier constitución de carácter republicano debe introducir mecanismos de control popular de las legislaciones y políticas del gobierno.

Así, el lenguaje de la no-dominación se opone tanto a las fuentes de dominación que se originan en el ámbito privado como a aquellas que provienen de la esfera pública.

III. Una función diferente: políticas progresivas en el mundo neo-liberal

El neo-republicanismo no se contenta con reformar las ideas centrales de los regímenes liberales constitucionales. A decir verdad, la agenda neo-republicana apunta más allá del liberalismo, hacia formas más radicales de democracia y la reforma de las autoridades políticas.

¿Qué tiene de especial el neo-republicanismo que permite asociarlo a causas políticas progresistas? En primer lugar, el lenguaje neo-republicano permite criticar aquello que se tiene por «sentido común» (aquello que no se pone en duda). A saber, la conexión entre el mercado libre y la libertad individual o, en otras palabras, la idea de que basta con garantizar las libertades económicas abstractas para asegurar las libertades individuales concretas.

Cada vez más, las sociedades modernas demandan una nueva ideología política que pueda proporcionar un punto de vista contrario al libertarianismo de laissez-faire que perpetua grandes desigualdades económicas y de poder (las que, a su vez, desembocan en escenarios de dominación).

El neo-republicanismo puede ser esa ideología, debido a que invoca un valor singular y novedoso de libertad política, disputando el monopolio que el liberalismo tiene sobre este concepto.

Los neo-republicanos se han tomado en serio la tarea de demostrar que el consentimiento formal no es suficiente para garantizar la no-dominación (por ejemplo, en las relaciones contractuales «empleado-jefe»). A la vez, han puesto énfasis en una crítica sustantiva a la existencia de desigualdades económicas que permiten que la vida de los pobres dependa de las decisiones de los ricos.

Finalmente, el neo-republicanismo ha desplegado un lenguaje que hace énfasis en la solidaridad cívica, la persecución del bien común y la justicia, y el compromiso compartido con la república, más allá de las diferencias que podrían dividir a las personas.

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