¿Qué significa ser liberal realmente?
El liberalismo es la ideología dominante del mundo moderno y, al mismo tiempo, es una de las corrientes de pensamiento político más incomprendidas. Esta paradoja puede explicarse si se pone atención a la larga historia de esta tradición intelectual.
El liberalismo puede ser entendido como una ideología, una teoría política y, también, como un conjunto de instituciones morales que regulan la interacción humana. A diferencia de otras ideologías, el liberalismo posee una inusual capacidad de adaptación y permanencia.
Esta tradición de pensamiento ha aportado al enriquecimiento y comprensión de algunos conceptos políticos importantes como: los derechos, las obligaciones políticas, la justicia, la igualdad, la democracia y, por su puesto, la libertad.
En cualquier caso, el liberalismo no es un fenómeno único, sino que es una familia que congrega distintas ideas, pensadores, historias y formaciones que coexisten. Así, es posible encontrar puntos de encuentro y de conflicto en la historia de su desarrollo. ¿Cuáles son, entonces, las características que definen el liberalismo?
El credo liberal y su historia
A pesar de sus múltiples variantes, el liberalismo suele ser descrito como un credo individualista que celebra una forma particular de autonomía personal. Incluye, adicionalmente, el desarrollo y la protección de sistemas de derechos individuales, equidad social y limitaciones a la intervención del poder político.
Es usual encontrarse con formas de liberalismo que, además, celebran las nociones de comunidad, progreso y bienestar social. Desde una mirada ortodoxa, sin embargo, este tipo de ideas no son siempre compatibles con la definición tradicional.
Las diferencias que se pueden encontrar en el pensamiento liberal de distintos países pueden ser aún más pronunciadas. Las distintas formas de liberalismo pueden encontrarse asociadas a una gran variedad de arreglos institucionales. ¿Cómo explicar tales diferencias?
El origen de las ideas liberales
Como ideología, el liberalismo aparece en las primeras décadas del siglo XIX. En sus inicios, se pensó como una forma de gobierno alternativa al despotismo y al absolutismo.
Pensadores como Benjamin Constant (1767-1830) rápidamente incorporaron a esta corriente las nociones de «gobierno constitucional representativo», «límites legales al gobierno arbitrario», «respeto por la esfera privada, la propiedad y la seguridad», y el «goce de la libertad individual».
Durante el siglo XIX, el liberalismo se consolidó como credo humanista bajo la forma de partidos políticos capaces de alcanzar el poder. Así, a partir de la resistencia a la tiranía y al absolutismo, el liberalismo abrió en Europa el camino para formas de gobierno restringidas y constitucionales.
De la misma forma, y gracias a las consecuencias de la Revolución Estadounidense (1776), las ideas liberales se consolidaron en Estados Unidos bajo la forma de un serio compromiso con la equidad social y la igualdad de los individuos (sin importar las distinciones de clase o herencia).
Tanto en Europa como en EE.UU, el liberalismo se convirtió en sinónimo de la emancipación de los individuos, el imperio de la ley, la estabilidad institucional y la armonía social. Al adoptar las ideas de los contractualistas, el liberalismo se convirtió en un credo para la instauración de un orden constitucional que defendiera a las personas de la dominación de las élites sociales.
En teoría, el liberalismo promueve la subordinación del Estado y las instituciones políticas a la voluntad de los individuos. Al mismo tiempo, destaca el rol que tiene la razón en el diseño inteligente de las instituciones (encargadas de garantizar el bienestar de cada ciudadano).
Propiedad privada, iniciativa individual y libre mercado
El liberalismo suele asociarse con la invención, el emprendimiento y el mérito individual. Una de las manifestaciones de esta cara del liberalismo es la defensa del libre mercado: una práctica que combina la iniciativa individual (amparada en el derecho de propiedad privada) con la expansión de las interacciones humanas a lo largo del globo.
La expansión de la riqueza y el crecimiento económico por medio del esfuerzo individual son parte del ideario liberal. La defensa del libre mercado también suele asociarse a la idea de que el progreso científico y la modernización requieren de la estabilidad y prosperidad que este tipo de economía facilita.
Detrás de la integración de estas ideas en la tradición de pensamiento liberal se encuentra el crecimiento y fortalecimiento de la burguesía durante el siglo XIX. Fue esta clase social «media» la que adoptó las ideas liberales con mayor fuerza e impulsó la defensa de la libertad y la propiedad.
La dimensión ética del liberalismo
John Stuart Mill (1806-1873) contribuyó de forma significativa al desarrollo y expansión de las ideas liberales. Dentro de su obra, destaca la incorporación y profundización de su dimensión ética.
En su obra, Mill reflexiona, entre otras cosas, sobre el desarrollo libre de la individualidad y el ejercicio de las facultades mentales y morales. Según su pensamiento, el liberalismo permitiría la maduración histórica y moral de la humanidad completa, por lo que el progreso de todas las naciones dependía de la adopción de estas creencias.
De esta forma, Mill pensaba que las ideas liberales significarían el abandono del egoísmo y, al mismo tiempo, la promoción del respeto por la vida individual. El compromiso del liberalismo con la libertad personal significaba, para este autor, la limitación del campo de acción de otros y, sobre todo, la restricción del poder del gobierno.
La libertad, por tanto, significó la preservación de un espacio personal de autonomía «inviolable» pero que, al mismo tiempo, está limitado por la preservación de la autonomía del otro.
Justicia social y Estado de Bienestar
A inicios del Siglo XX, en Inglaterra, el liberalismo de pensadores como Hobhouse y Hobson adoptó una visión orgánica de la sociedad, en la que la salud de toda la comunidad dependía de la salud de cada parte individual.
Estas nociones, que pueden ser rastreadas hasta el pensamiento de John Locke (1632-1704), tomaron fuerza en el pensamiento liberal y fortalecieron el sentido de comunidad en esta corriente.
Dichas ideas tuvieron un impacto fundamental en la emergencia del Estado de Bienestar durante el siglo XX. Los gobiernos liberales (de forma previa a la Primera Guerra Mundial) legislaron a favor de la implementación de seguros de salud y empleo, y también a favor de la implementación de impuestos progresivos.
Estas formas de justicia redistributiva tuvieron la intención de igualar las oportunidades individuales que, a su vez, permitirían el florecimiento de las personas y, por tanto, de toda la comunidad política.
La amenaza anti-liberal
La fe en el progreso de la sociedad, sin embargo, sufrió una sacudida profunda por las consecuencias de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El impacto de la II Guerra Mundial fue el más profundo, en la medida en que los horrores de los regímenes totalitarios se convirtieron en la mayor amenaza del liberalismo.
Muchos teóricos, especialmente en Estados Unidos, comenzaron a interpretar al liberalismo como la última fuerza de protección en contra de los males de las ideologías totalitarias y el poder arbitrario del Estado. A su vez, muchos críticos del liberalismo acusaron que la defensa del principio de tolerancia fue lo que permitió, en primer lugar, la emergencia de los totalitarismos.
Durante la década de 1950, el liberalismo se vio enfrentado a fuerzas de extrema derecha y extrema izquierda, y término por reformularse bajo la idea de la prioridad de los derechos. De esta forma, el liberalismo se convirtió en una ideología de «protección contra del mal».
En primer lugar, el liberalismo priorizó la defensa de los tribunales y los mecanismos legales por sobre las asambleas democráticas o la voluntad popular. Así, se le asoció directamente con las instituciones «protectoras» y, al mismo tiempo, estas instituciones adquirieron un nuevo carácter (de mayor control sobre las demás instituciones del Estado).
En segundo lugar, el liberalismo se convirtió en una ideología política «neutral» para poder superar la amenaza de las ideologías totalitarias. Así, para mantener a raya esta amenaza, el liberalismo se adjudicó un estatus especial que lo pondría «por sobre la política».
Sin embargo, para poder hacer tal afirmación, el liberalismo tuvo que afirmar que su credo se fundaba en supuestos universalmente válidos sobre el progreso de la humanidad y la protección de los derechos fundamentales.
Por supuesto, este tipo de razonamientos llevó a que el liberalismo fuese acusado (nuevamente) de ser una ideología imperialista. Esto se debe a que sostiene que la forma de vida de una nación en particular (EE.UU) representa los valores universales que todas las naciones debiesen adoptar.
Los límites del liberalismo
Como toda ideología, el liberalismo siempre ha tenido sus críticos. En sus orígenes, su espíritu emancipador fue rechazado por los defensores de la tradición y el poder de la autoridad.
En sus versión más cercana al Estado de Bienestar y la justicia redistributiva, el liberalismo se encontró frente a la crítica de socialistas radicales, quienes acusaron al liberalismo de ser ciego ante otras formas de poder (distintas al Estado).
En sus versiones posteriores a la Guerra Fría, como hemos visto, se le ha acusado de ser muy cercano al imperialismo o a los esfuerzos de dominación global.
Más allá de estas críticas particulares, durante la historia del liberalismo han aparecido de forma reiterada algunos argumentos que vale la pena considerar, porque ponen de relieve los peligros ocultos de esta ideología.
La crítica Marxista
La primera crítica en contra del liberalismo puede encontrarse en el pensamiento de Marx y sus seguidores. Según esta corriente de pensamiento, el liberalismo es peligroso porque hace lo opuesto de lo que dice buscar: se presenta como una ideología de la libertad, cuando es una de coerción; de inclusión cuando en realidad excluye; y de igualdad cuando, de hecho, profundiza los patrones de desigualdad.
El argumento tiene dos variantes. La primera señala que los supuestos antropológicos y compromisos conceptuales del liberalismo son esencialmente excluyentes, porque defienden los intereses de los poderosos.
Según este argumento, el liberalismo no es más que una justificación ideológica del capitalismo de libre mercado, la competencia y la defensa de la propiedad privada. De esa forma, no protege los derechos de quienes no son capaces de florecer en dicho esquema.
En su segunda variante, el argumento señala que, si bien el liberalismo no es excluyente por sí mismo, la ideología liberal ha sido empleada constantemente con propósitos no-liberales durante la historia de las democracias en vías de desarrollo.
La posición dominante del liberalismo
La aparente vulnerabilidad del liberalismo a este tipo de críticas puede deberse a su posición dominante en las democracias desarrolladas. Dicha posición hace posible que se le atribuyan todos los males de finales del siglo XX.
El triunfo del liberalismo, de cualquier forma, se explica porque ha permeado otro tipo de ideologías y tiene una buena capacidad de adaptación.
El fallo en su implementación, en algunos contextos, puede atribuirse a formas ideológicas híbridas y no, necesariamente, a la existencia de problemas dentro de esta tradición de pensamiento.
En efecto, durante las últimas décadas han emergido innumerables «imitadores» del liberalismo, desde neo-liberales hasta partidos de extrema derecha. Al atribuirse la etiqueta de «liberales» buscan, justamente, colonizar el espacio de legitimidad que la tradición liberal ha conquistado a lo largo de la historia.
Dicho esto, es cierto que el liberalismo es vulnerable a muchas críticas, especialmente aquellas que emergen de la propia confusión interna en esta ideología. Pero, como es evidente, ninguna familia ideológica esta libre de tensiones y conflictos internos.