La paradoja de la acción colectiva

Si todos los miembros de un grupo de personas tienen un mismo objetivo o interés común ¿Qué les impide alcanzarlo? Esta es la pregunta que guía el trabajo del economista y sociólogo Mancur Olson (1932-1998).

¿Acaso no es evidente que, si todos compartimos los mismos intereses, trabajaremos en conjunto para satisfacer nuestros objetivos comunes? ¿No es esta la base para la organización y el esfuerzo colectivo? Según Olson, no es tan sencillo.

En el libro La lógica de la acción colectiva: bienes públicos y la teoría de grupos (1965) -que se ha convertido en un texto básico de la Ciencia Política- , Olson aborda varios dilemas de acción colectiva y cuáles son los principales obstáculos para coordinar grandes grupos de personas, aún cuando estas tienen los mismos objetivos en común.

Pensemos en un ejemplo sencillo. Según la teoría marxista, sería beneficioso para todos los miembros de la clase obrera rebelarse en contra de la clase burguesa y establecer una nueva forma de gobierno. Si los obreros actúan persiguiendo sus propios intereses ¿por qué no vemos revoluciones obreras más seguido?

Alternativamente, ¿por qué motivos los consumidores no se unen para boicotear los monopolios comerciales? Digamos que los precios de un bien básico de consumo como la leche se han elevado súbitamente producto de una colusión empresarial, ¿qué impide que los consumidores dejen de comprar leche, todos de una vez, para castigar este tipo de prácticas?

Estas son algunas paradojas que presenta la acción colectiva. A continuación, explicamos estas paradojas y nos preguntamos si es posible superarlas.

El dilema del polizón o freerider

Organizar un boicot al comercio u organizar una revolución obrera tiene costos. Dejar de comprar un bien esencial como la leche durante una semana significa, evidentemente, que mi familia no podrá disfrutar de ese bien durante ese periodo de tiempo. Sin embargo, puede que valga la pena hacer dicho sacrificio, si la recompensa es destruir un oligopolio y, finalmente, que los precios de la leche bajen.

Participar de una huelga general o un paro de actividades laborales también tiene costos asociados. Quizás el costo más alto es el riesgo a ser despedido o el riesgo de perder la remuneración de un día completo de trabajo (o de los días que dure la huelga o el paro). A su vez, el beneficio colectivo que se puede conseguir puede ser aun mayor. Por ejemplo, el aumento de los salarios, la extensión del periodo de vacaciones, u otros beneficios laborales.

La pregunta es, evidentemente, ¿por qué no vemos con mayor frecuencia boicots económicos por parte de los consumidores o paros generales en todas las industrias? La respuesta que nos ofrece Olson es sencilla: este tipo de protestas presentan una estructura de incentivos que no favorece la acción colectiva.

¿A qué nos referimos con esto? Si se observan ambos ejemplos con atención, se podrá ver que los beneficios que se obtienen de emprender este tipo de acciones son beneficios colectivos. Vale decir, todos los miembros del grupo se verán favorecidos de un aumento de salario o del descenso del precio de bienes esenciales. Al mismo tiempo, sin embargo, los costos de emprender la acción colectiva son individuales. Cada persona debe poner algo de su parte para que la acción sea exitosa.

Dado que los beneficios que se logran con la acción son colectivos (vale decir, no se puede excluir a ningún miembro del grupo de ellos) y los costos son siempre individuales, es inevitable que se produzca un dilema que se conoce como el dilema del polizón o el dilema del freerider.

Si participo de una huelga, dice Olson, habré sacrificado tiempo y dinero. ¿Qué obtengo a cambio de mi sacrificio? En el mejor de los casos, quizás la causa de mi sindicato avance un poco y se abra un espacio de negociación para mejorar las condiciones laborales de la empresa. En general, habré conseguido una pequeña ganancia al costo de invertir grandes recursos.

¿Y qué sucede con las personas que no participaron de la huelga? Estas personas, que no contribuyeron nada al esfuerzo colectivo, conseguirán tanto como los que hicieron aportes personales.

La ganancia que se obtiene de una negociación colectiva puede generar frustraciones, porque aquellos que no participan se ven igualmente beneficiados de las acciones de quienes asumen todos los costos.

A las personas que no asumen los costos pero que se benefician de los resultados de la acción colectiva se les conoce, en la teoría económica, como polizones o freeriders. En un escenario en el que las personas solo velan por su interés personal, la estrategia del polizón siempre será la más conveniente. ¿Por qué asumir los costos cuando esto no es necesario para obtener los beneficios?

Si todos los individuos de un grupo piensan de esta forma, entonces es poco probable que la acción colectiva tenga lugar. Esta es la paradoja de la acción colectiva.

¿Se puede superar la paradoja?

Los bienes o beneficios que se obtienen por medio de la acción colectiva son muy parecidos a los bienes que proporciona el Estado. Estos se denominan, usualmente, «bienes públicos». La defensa de la nación y la protección del medio ambiente son ejemplos clásicos.

Solo existe una política de defensa, así como solo existe una política de protección ambiental. Todos nos beneficiamos de ellas, asumamos o no los costos que estas implican. Sería ridículo pensar, por ejemplo, que un ciudadano dejará de gozar de estos servicios si es que deja de pagar sus impuestos. En efecto, es imposible excluir a las personas de estos servicios.

¿Cómo consigue el Estado, entonces, que los ciudadanos paguen sus impuestos y no sean freeriders o polizones? Pudiendo gozar de los bienes y servicios públicos sin asumir sus costos, es fácil ver que muchos ciudadanos opten por no pagar sus impuestos.

Como se sabe, el Estado se asegura de que las personas paguen sus impuestos haciéndolos obligatorios. En caso de que un ciudadano decida no pagar, el Estado se encarga de castigar esta conducta (por medio de una multa o el encarcelamiento). A esto, Olson le llama «incentivo selectivo».

Los incentivos selectivos son aquellos que se aplican selectivamente a los miembros de un grupo para que contribuyan a producir los bienes colectivos. En el ejemplo anterior, el pago de una multa o la amenaza de ir a la cárcel es un incentivo selectivo «negativo». Vale decir, esta pensado para aumentar drásticamente el costo de no participar de la acción colectiva.

Sin embargo, también existen incentivos selectivos «positivos». Vale decir, incentivos diseñados para aumentar los beneficios eventuales de participar en la creación de bienes colectivos. Una devolución de impuestos para las personas que están al día con sus pagos, por ejemplo, es un incentivo positivo para que los ciudadanos paguen sus impuestos.

Introducir tanto incentivos selectivos negativos como positivos en la estructura de la acción colectiva es un mecanismo fundamental para ayudar a aumentar las probabilidades de éxito de este tipo de empresas.

Grupos grandes vs. grupos pequeños

Un aspecto interesante de la teoría de la acción colectiva de Olson es su observación sobre la conducta que manifiestan grupos de personas de diferentes tamaños. Según Olson, los grupos pequeños poseen fuentes adicionales de incentivos, tanto negativos como positivos, para producir resultados exitosos.

La mayoría de las personas aprecia el compañerismo y el respeto de aquellas personas con quienes trata cotidianamente. Para muchos, el confinamiento y la soledad pueden llegar a ser los castigos más grandes que podrían sufrir.

Por eso, la censura o el ostracismo, cuando se aplican a las personas que no comparten las obligaciones de la acción colectiva, pueden resultar un incentivo selectivo negativo de gran eficacia.

Al mismo tiempo, las distinciones especiales u honores para las personas que sobresalgan por sus sacrificios en favor del grupo pueden llegar a ser incentivos selectivos positivos muy importantes.

Los incentivos selectivos de este tipo (sociales) pueden ser muy poderosos y difíciles de entender o aplicar. Sin embargo, esta claro que son más abundantes en grupos pequeños, en los que las personas pueden controlarse mutuamente porque se conocen y porque interactúan frecuentemente.

Otro factor importante que favorece la cooperación es la homogeneidad del grupo. Vale decir, no sólo es importante fijarse en la cantidad de personas que deben establecer un vínculo de cooperación, sino que también en su cualidad. La heterogeneidad de opiniones hace que la acción colectiva sea menos probable, porque es menos probable alcanzar un consenso amplio sobre los objetivos y medios para alcanzarlos.

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