¿Es posible una sociedad no-capitalista en pleno siglo XXI?

En pleno siglo XXI, muchas personas creen que uno de los desafíos teóricos más importantes de nuestra era es el desarrollo de una alternativa al sistema capitalista. ¿Por dónde empezar a pensar en esta nueva vía? ¿Es posible que exista algo así como una sociedad «post-capitalista»?

Como bien es sabido, uno de los principales críticos de la economía de capital fue el filósofo alemán Karl Marx (1818-1883). Marx, junto con  Friedrich Engels, es considerado el fundador del socialismo científico y la doctrina del materialismo histórico. Sus obras más famosas y difundidas son el Manifiesto del Partido Comunista (1848) y El Capital (1867).

Si bien Marx nunca escribió una guía práctica para el futuro de una sociedad post-capitalista, su obra revela una visión que va mucho más allá de la «abolición de la propiedad privada» y la sustitución del libre mercado por una «economía planificada» (como se le atribuye comúnmente).

¿Cuál fue la visión de Karl Marx para un mundo post-capitalista? A continuación desentrañaremos las principales ideas de Marx para una alternativa al capitalismo. Y, en el proceso, derribaremos algunos mitos populares sobre su obra.

El Socialismo Científico de Marx

Aun cuando se considera que Marx es el padre de las ideas socialistas y la crítica al capitalismo, lo cierto es que en su época ya existían movimientos socialistas con sus propias tradiciones intelectuales. No fue Marx (ni ningún pensador de la época) quien inventó los conceptos de «socialismo» o «comunismo».

Karl Marx (1818-1883)

En el siglo XVIII ya existían nociones generales de una «alternativa al capitalismo» que proponían reemplazar la economía de competencia y libre mercado por una sociedad planificada, organizada y controlada por la clase obrera.

Marx, sin embargo, fue un agudo crítico del llamado «socialismo utópico» (la especulación sin bases científicas sobre el futuro de una sociedad post-capitalista) y, en realidad, escribió poco sobre la estructura de una sociedad después del capital.

Es más, la actual noción de que socialismo y comunismo son dos etapas históricas diferentes de un mismo proceso es ajena al trabajo de Marx y fue introducida a la tradición marxista después de su muerte por críticos, interpretes y seguidores.

Para Marx, «socialismo», «comunismo», «humanismo positivo», «reinado de la libertad individual» y otros términos similares eran formas de referirse a un mismo estado: la sociedad post-capitalista.

La crítica de Marx al proyecto socialista de sus contemporáneos

Tan pronto como Marx inició su camino por la senda del comunismo, también inició su crítica a los proyectos alternativos al capitalismo promovidos por otros revolucionarios de la época.

Tal y como otros intelectuales del comunismo, Marx se opuso a la propiedad privada de los medios de producción. Sin embargo, en sus Manuscritos económicos filosóficos (1844), critica fuertemente a los comunistas que piensan que el remplazo de la propiedad privada por la propiedad colectiva constituye la esencia de la liberación.

Según Marx, el mero reemplazo de la propiedad privada por propiedad colectiva lleva a una sociedad que no trasciende el capitalismo, sino que lo reproduce bajo un nombre distinto. Tal nuevo esquema según Marx, concibe a la sociedad como un capitalista abstracto y sería como desear: «un capitalismo sin los capitalistas».

Podría parecer que Marx piensa distinto en El Manifiesto Comunista (1848), texto en el que escribe:

La teoría de los comunistas puede resumirse en una frase: abolición de la propiedad privada.

Karl Marx. Manifiesto Comunista (1948)

Sin embargo, Marx no se está contradiciendo. La propiedad privada no significa propiedad individual (como opuesta a propiedad colectiva), sino que se refiere a la «propiedad de clase» (una clase social distinta a la clase obrera) sobre los medios de producción.

Así, en cualquier sociedad comunista, lo importante es que los medios de producción se encuentren en manos de los trabajadores. Es por esta razón que la mera abolición del libre mercado no genera, necesariamente, una economía socialista.

La crítica de Marx a sus contemporáneos representa una notable anticipación de los defectos de los regímenes «socialistas» del siglo XX, que intentaron extender el orden de la fábrica hacia las relaciones de mercado.

La crítica de Marx a la economía política

El Capital (1867) de Marx no nos proporciona un descripción exhaustiva de la sociedad socialista, puesto que es un libro dedicado a delinear el funcionamiento del capitalismo. Pese a ello, esta obra entrega pistas que revelan una noción de socialismo muy diferente a la que muchos seguidores y críticos de Marx le han adjudicado.

Según Marx, la característica distintiva del capitalismo es que la actividad humana subjetiva es gobernada por el objetivo de acumular valor (riqueza) como un fin en sí mismo. Así, el trabajo es tratado como un bien que se compra y vende (una mercancía).

Sin embargo, el capitalista no compra el trabajo del obrero, sino que, en cambio, compra su capacidad de trabajo. En otras palabras, su disponibilidad en un determinado periodo de tiempo. Esto se debe a que la subjetividad del trabajador no puede ser reducida a su equivalente monetario.

Si bien el trabajador es tratado como un objeto (un insumo o materia prima), eso no significa que el trabajador sea una cosa. Si así fuera, no habría un «escape» posible al sistema capitalista.

En el capitalismo, el valor por una hora de su trabajo se determina conforme al promedio del valor producido por los trabajadores de forma agregada, sobre el cual ellos no tienen ningún control. Este «promedio» se convierte en el «valor abstracto» del trabajo y, de forma incremental, ejerce un dominio sobre las formas concretas de trabajo.

Para Marx, esta dinámica es un problema porque cambia la naturaleza del trabajo. El trabajo que no es compatible o no se adapta a la valoración abstracta es denigrado y socavado. Adicionalmente, esta dinámica cambia nuestra relación con la naturaleza, puesto que la naturaleza se considera valiosa solo como un medio para la acumulación de capital.

Así, el proceso de producción descansa en que el trabajo concreto se adapte a los tiempos de trabajo socialmente necesarios. La calidad deja de importar y la cantidad lo decide todo. Esta distorsión es, según Marx, esencial para el capitalismo. Su negación, al mismo tiempo, es un pilar importante del socialismo.

El socialismo de Marx, por tanto, busca liberar al ser humano de la dominación del «valor abstracto» que el tiempo ejerce sobre el trabajador y devolverle el control. Esto va mucho más allá de la mera abolición de la propiedad privada y del libre mercado.

La alternativa a las formas abstractas de dominación no es, para Marx, la dominación por medio de entidades colectivas o sociales concretas (como aquellas de las sociedades pre-capitalistas). En cambio, en una nueva sociedad, las personas aprenderían a vivir sin dominación alguna.

Si bien las formas cooperativas y democráticas de producción y distribución pueden preceder una vida post-capitalismo, no contravienen por sí mismas las leyes de valor abstracto que dictan las necesidades de trabajo descritas en El Capital (1867).

La visión de Marx para una nueva sociedad

La discusión más completa sobre el concepto de socialismo en Marx puede encontrarse en el Volumen I de El Capital (1867), bajo el famoso apartado «El fetichismo de la mercancía». ¿Existe una vía alternativa al problema que ahí se denuncia?

El misticismo en torno a la mercancía, dice Marx, desaparece tan pronto como se le compara con otras formas de producción. Este contraste (de formas de producción capitalistas con formas de producción no capitalistas) permite desnaturalizar lo que, en realidad, es una formación social transitoria.

En las formaciones económicas pre-capitalistas, sugiere Marx, la propiedad comunitaria de los medios de producción prevalece y las relaciones de dependencia existen sin que sea necesario que el trabajo y sus productos adquieran «formas fantásticas diferentes de su realidad» (p. ej: el valor de intercambio).

Al mirar hacia el futuro, Marx imagina una sociedad de hombres libres que trabajan con los medios de producción de propiedad común, cuyos productos son objetos de utilidad directa y no asumen la forma del valor de intercambio (que sí asumen bajo el mercado en un sistema capitalista).

En una sociedad socialista, los productores son los que deciden como hacer, distribuir y consumir la totalidad de la producción. Así, una parte es empleada para renovar los medios de producción, mientras que la otra es empleada por los miembros de la asociación como medio de subsistencia.

En vista de que las relaciones entre los productores y sus productos son simples y transparentes, el tiempo de trabajo socialmente necesario no tiene lugar en el socialismo y la remuneración se basa en el tiempo de trabajo real de cada trabajador (no en un promedio estadístico de la producción agregada).

Aún cuando esto pueda sonar similar al sistema de producción de mercancía del capitalismo (una persona recibe una determinada remuneración por un determinado tiempo de trabajo), no podría ser más diferente en esencia. En este caso, no existe una fuerza impersonal que actué fuera del control de los trabajadores y que medie la relación entre estos y su trabajo.

Bajo tal esquema, el socialismo no es otra cosa que la abolición de la distinción entre formas abstractas de trabajo (valor) y formas concretas de trabajo; y esto se logra cuando la distribución de los elementos de la producción se hace en base al tiempo de trabajo real.

Al imaginar este futuro ¿cae Marx en la trampa del socialismo utópico? No, puesto que su proyecto pretende generar las condiciones para el socialismo en el presente por medio de luchas concretas en contra de los dictámenes de la producción de valor.

Imaginar una sociedad post-capitalista no significa ignorar la realidad. Al mismo tiempo, no todas las ideas que desafían el status quo del capitalismo son socialistas o comunistas. Saber si un movimiento político es socialista o no requiere realizar una evaluación cuidadosa. Vale decir, requiere poner sus manifestaciones empíricas en contraste con el concepto socialismo o comunismo.

El comunismo de Marx

En la Crítica al Programa de Gotha (1875) Marx discute en extenso su noción de una sociedad post-capitalista. En dicha obra, aborda el futuro de una sociedad socialista o comunista (términos que son, en Marx, intercambiables) y distingue dos fases: I) una primera fase que emerge desde la antigua sociedad capitalista y II) una segunda fase en la que el socialismo se construye sobre sus propios fundamentos.

En la primera fase, los individuos no intercambian los productos de su trabajo y el trabajo no se presenta como el valor de estos. Así, el trabajo individual no existe en su modalidad «indirecta», sino que se presenta de forma directa como una parte del «trabajo total». Vale decir, el intercambio de mercancías llega a su fin.

Sin embargo, el trabajo mismo no se abandona, dado que el trabajo real (concreto) se convierte en la medida para la distribución de los productos de la actividad comunitaria. A cambio de su trabajo, los individuos obtienen los medios para consumir el equivalente al costo de su trabajo (no el costo promedio, sino que el costo real).

El costo del trabajo real, sostiene Marx, varía según el individuo y las circunstancias de producción (es contingente). Por ello, el tiempo de producción para un mismo bien puede ser muy distinto en una cooperativa que en otra (en la medida en la que son los productores quienes definen el ritmo y la naturaleza del trabajo).

Debe notarse que esta forma de organizar el trabajo es muy distinta de la «organización planificada» o «racional» de la producción, que muchas veces se le atribuye al pensamiento de Marx, pero que realmente corresponde a Proudhon y al socialismo de corte neo-Ricardiano.

En esta primera fase del socialismo, y al igual que en la sociedad capitalista, lo que una persona obtiene de la sociedad depende directamente de lo que aporta a ella. Sin embargo, durante la segunda fase dicho intercambio equivalente se deja de lado para permitir la satisfacción de las necesidades de todos los individuos.

En esta «segunda fase» del socialismo, el tiempo de trabajo deja de ser la única medida para las relaciones sociales. Vale decir, el trabajo asalariado queda obsoleto. Marx es crítico de la existencia del trabajo asalariado porque, aún si un trabajador obtiene «lo justo» (la compensación equivalente al valor de su trabajo), aún se encuentra alienado y explotado, en la medida en que es tratado como un valor de cambio (una mercancía).

Esta es la razón por la que el socialismo puede ser definido como la abolición del trabajo asalariado.

La descripción de la «primera fase» no debe ser tomada como una proyección normativa sobre como debe organizarse el socialismo desde la sociedad capitalista. En la Crítica, Marx no está dando instrucciones para el futuro, ni tiene una visión perfeccionista de la naturaleza humana.

Pero ¿tiene el trabajo algún rol en la última fase del socialismo? Sí, pero no como una actividad puramente instrumental. En cambio, el trabajo se convierte en un fin en sí mismo (que es compatible con cualquier forma que adopte la sociedad).

¿Y la dictadura del proletariado?

La noción de «fases» para el socialismo en Marx no debe ser confundida con la «dictadura del proletariado», que él define como una etapa política transitoria entre el capitalismo y el socialismo.

La Crítica describe esta etapa claramente como el control democrático de la sociedad por parte de la «inmensa mayoría» de productores, que usan el poder político como instrumento para eliminar la dominación de clases y revolucionar las relaciones sociales de producción.

Una vez que este proceso se completa, la dictadura del proletariado se vuelve obsoleta, dado que la abolición de la sociedad de clases implica la abolición de todas las clases y el Estado llega a su fin.

Marx nunca menciona al Estado en su discusión sobre la primera fase del socialismo. Y no podría, ya que la existencia del Estado se funda en la existencia de clases sociales (que ya han sido abolidas por el comunismo).

La idea de que el Estado es una pieza fundamental en la primera fase del comunismo es una idea que surge, de forma posterior a Marx, en pensadores como Lenin y otros postmarxistas que han «naturalizado» al Estado como un hecho eterno de la existencia humana (ignorando su carácter contingente).

Al confundir la «dictadura del proletariado» con la primera fase del socialismo, muchos post-marxistas han asumido que el Estado también continua su existencia durante el socialismo. Vale decir, han igualado el comunismo con la dominación estatal. Esta nunca fue la posición de Marx, quien pensaba que el socialismo implicaba la disolución del Estado.

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