El problema de la obediencia: Libertad positiva y negativa

Quizás no existe discusión más importante para la política que aquella que rodea al concepto de «libertad». En su conferencia inaugural en la Universidad de Oxford (1958), el profesor Isaiah Berlin introduce una distinción entre libertad «positiva» y libertad «negativa».

Dicha conferencia se ha convertido en uno de los textos más influyentes y discutidos sobre el concepto de libertad. Tanto sus críticos como sus admiradores coinciden en que constituye un punto de partida base para el debate en torno al significado y valor político de la libertad.

La preguntas fundamentales que guían esta reflexión son: ¿Por qué debo yo (o cualquiera) obedecer a otra persona? ¿Por qué no vivir como quiera? ¿Tengo que obedecer? En síntesis, qué razones existen para poner un límite a mi propia libertad y qué significan estos límites.

El problema de la libertad y el problema de la obediencia son un mismo problema. La tesis de Berlin es que, en la actualidad, existen dos sistemas de ideas que dan respuestas diferentes a estas preguntas. Al mismo tiempo, estos sistemas se oponen de forma antagónica y producen dos formas diferentes de entender la libertad.

La idea de libertad «negativa»

El primer sentido que puede adoptar la palabra libertad es el sentido «negativo». Responde a la pregunta: ¿Cuál es el ámbito en que al sujeto se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que quiera, sin que interfieran en ello otras personas?

Usualmente se dice que somos libres cuando ninguna persona o grupo de personas interfieren en nuestras actividades. En este sentido, ser libre es simplemente una cuestión de grado. ¿En qué grado puedo actuar sin ser obstaculizado por otros?

Si otros me impiden hacer algo que soy capaz de hacer y quiero hacer, entonces dejo de ser libre. Si, a consecuencia de los actos de otras personas mi libertad se contrae hasta un mínimo, puede decirse que estoy siendo coaccionado u oprimido.

Por supuesto, el término «coacción» no aplica a cualquier cosa. La coacción es la intervención deliberada de otras personas dentro del ámbito en el que yo podría actuar libremente, si no hubiese interferencia.

El criterio para identificar la opresión es aquel papel que cumplen las demás personas en impedir que uno alcance sus objetivos (sea directa o indirectamente, consciente o inconscientemente). Ser libre, en este sentido, significa que nadie se interponga en mis actividades. Mientras más extensa es esa ausencia de interposición, más amplía es la libertad.

Como es evidente, este tipo de libertad puede frustrar otros fines que las personas consideramos valiosos como, por ejemplo, la justicia, la felicidad, la igualdad o la seguridad. Sería imposible crear una sociedad ordenada si la libertad de las personas fuera ilimitada. Si ese fuera el caso, la libertad de una persona podría interferir con la libertad de los demás, produciendo caos social.

Es por estos motivos, que pensadores políticos como Bentham, J. S. Mill, Constant, Tocqueville y Locke (entre otros) concluyen que las libertades naturales de las personas deben estar limitadas por leyes. Sin embargo, también han señalado que es importante que exista un mínimo de libertad personal que no pueda ser violado bajo ningún motivo.

Así, por paradójico que suene, es razonable pensar que las personas debemos ceder parte de nuestra libertad para poder preservar el resto. El precio a pagar por la construcción de un orden social que garantice un mínimo de libertad personal es renunciar a la libertad «absoluta» o «natural».

La idea de libertad «positiva»

El segundo sentido que puede adoptar la palabra libertad es el sentido positivo». Responde a la pregunta: ¿Qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra?

Este sentido positivo se deriva del deseo que tienen los seres humanos por ser sus «propios dueños». Es un deseo por mantener la propia autonomía respecto de la voluntad de las demás personas y no estar sujeto a causas externas.

La libertad positiva se preocupa de que el ser humano sea capaz de concebir sus propios fines y de realizarlos sin ser influenciado por fuerzas externas. Por sobre todo, significa ser consciente de uno mismo como un ser activo que piensa y que desea, que tiene responsabilidad por sus propios actos y que es capaz de explicarlos en función de ideas y objetivos.

Caracterizada de esta forma, la libertad positiva no parece ser muy diferente de la libertad negativa. En cambio, pareciera que son dos formas de decir la misma cosa. Sin embargo, el desarrollo histórico y político de ambas formas de concebir la libertad las ha llevado en direcciones diferentes.

Si el peligro de la libertad negativa es el caos que produce la libertad «absoluta» o «natural», el peligro de la libertad positiva son las consecuencias extremas que puede traer la metáfora de ser «dueño de uno mismo».

¿Qué significa ser dueño de uno mismo? En primer lugar, esta afirmación podría entenderse como una negación de la esclavitud respecto de otros hombres, de la naturaleza y de las propias pasiones animales. En este sentido, ser libre podría significar la prevalencia de la razón o del espíritu por sobre el cuerpo o, también, la prevalencia de un «yo» verdadero y superior que domina al «yo» inferior.

Si se traslada la metáfora desde el individuo a la totalidad de la sociedad política, se corre el riesgo de equiparar al «yo verdadero» con el colectivo o el todo, cuya voluntad es única y debe imponerse sobre las voluntades individuales. Así, sería posible coaccionar a una de las partes de este todo (individuos, grupos sociales minoritarios, etc.), bajo la justificación de que se hace por «su propio bien» o por un «bien superior».

Tal división, entre la parte «racional» que comprende cuales son los intereses y el bien de todos, y la parte «no-racional», que no es capaz de comprender en qué consiste su propia libertad, ha sido empleada incontables veces en la historia para ignorar los deseos reales de las personas, intimidarlos, torturarlos y oprimirlos.

Es cierto que, en ocasiones, puede ser que una persona no sepa lo que le conviene. Incluso pueden existir justificaciones morales para ignorar sus deseos y coaccionarla por su propio bien. Sin embargo, no se puede decir que, porque esta es la situación, esa persona ha elegido tal camino. Decir que esa persona es libre, por tanto, sería una equivocación.

Las personas pueden ser coaccionadas por su propio bien, pero esto no significa que sean libres. Es importante no confundir otros fines valiosos, como la igualdad y la justicia, con el concepto de libertad.

Este artículo se basa en la siguientes fuente de información:

  • Berlin, I. (1969). Two concepts of liberty. Berlin, i118(1969), 172.

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