Contrademocracia: política en la era de la desconfianza
En 2006, Pierre Rossanvallon publicó el libro titulado La Contrademocracia a propósito de una paradoja propia de la política contemporánea: nos encontramos en una era en la que la democracia se alza como régimen político ideal, al mismo tiempo que los sistemas políticos que le reivindican son acuciosamente criticados.
Este es, en sus palabras, el «problema político de nuestro tiempo» y es, en el ámbito de la Ciencia Política, uno de los problemas mas ampliamente estudiados. Los ciudadanos ya no confían en sus instituciones ni en sus dirigentes políticos. ¿Se trata de una crisis o una avería de la democracia? ¿Es un error de cálculo que debe ser corregido? Ninguna de las anteriores.
Rosanvallon sostiene, en una ingeniosa lectura de los tiempo actuales, que la aparente retirada de los ciudadanos a la esfera privada es un espejismo. No existe tal carencia o abandono de los asuntos públicos, ni un odio o aversión de la población por la democracia. Democracia y desconfianza no son incompatibles. Son, más bien, dos caras de la misma moneda.
Desconfianza y democracia
Históricamente, la democracia se ha manifestado, de forma simultánea, como una promesa y un problema. La democracia promete hacer efectivos los principios de la igualdad y la autonomía, pero es problemática porque muchas veces está lejos de satisfacer dichos ideales. En realidad, si uno es riguroso, jamás hemos conocido regímenes plenamente «democráticos».
Junto con el mecanismo de elección de gobernantes, la democracia también se ha visto acompañada por la expresión de la desconfianza de los ciudadanos respecto de sus poderes. La democracia, en realidad, no puede ser separada de la tensión y el cuestionamiento permanente de las autoridades.
Confianza no es lo mismo que legitimidad. La legitimidad democrática se adquiere en el momento de la elección por medio del mecanismo de voto popular. La confianza, en cambio, es una ampliación de la calidad de la legitimidad que agrega una preocupación por la integridad del gobierno y por el bien común. Es, también, un economizador social, porque permite ahorrarnos una serie de mecanismos de verificación y prueba sobre el desempeño del gobierno.
En nuestra época, sin embargo, legitimidad y confianza pocas veces coinciden. Lo más común es, por el contrario, ver una serie de prácticas ciudadanas que ponen en cuestión los efectos que produce la «democracia electoral». Estas puestas a prueba, contrapoderes sociales e instituciones existen para compensar la erosión en la confianza por medio de una organización de la desconfianza.
Así, en todo régimen democrático se deben considerar siempre dos dimensiones: I) El funcionamiento y los problemas de las instituciones electorales-representativas y; II) el universo de la desconfianza y sus expresiones.
Control, obstrucción y juicio
La desconfianza democrática tiene por objetivo velar por que el poder sea fiel a sus compromisos y buscar los medios para mantener la exigencia inicial (consagrada al momento de la elección) de un servicio al bienestar común. Según Pierre Rosanvallon, este tipo de desconfianza se expresa y organiza de diversos modos. Tres para ser exactos: A) los poderes de control; B) las formas de obstrucción y C) las puestas a prueba a través de un juicio.
Estas tres modalidades de poder ciudadano, que están a la sombra de la democracia electoral-representativa, dibujan los contornos de lo que Rosanvallon llama contrademocracia.
La contrademocracia no es el opuesto de la democracia. Es la democracia de los poderes indirectos que se encuentran diseminados en el cuerpo social. La contrademocracia, en otras palabras, es la democracia de la desconfianza organizada contra la democracia de la legitimidad electoral. Apunta, en resumidas cuentas, a prolongar y extender los efectos de lo que se conoce regularmente como democracia.
A. Poderes de control
Desde sus inicios, el vinculo generado por la elección de representantes pareció insuficiente para la democracia. La idea de que el representado podría ser plenamente reflejado en la figura del representante parece, ciertamente, una figura utópica. Es por ello por lo que a la elección de representantes siempre le acompañó la práctica de un cuestionamiento permanente.
Este cuestionamiento es ejercido por el pueblo bajo la forma de un control o vigilancia activo y permanente, manifestado en diversas formas de peritaje y puestas a prueba. Según Rosanvallon, las tres principales formas de ejercicio de estos poderes son la vigilancia, la denuncia y la calificación. Cada una de estas contribuye, a su manera, a construir el capital reputacional de un líder o de un régimen.
B. Poderes de sanción y obstrucción
Los poderes de sanción y de obstrucción constituyen una segunda forma de organización de la desconfianza en la contrademocracia. En términos generales, los ciudadanos se han visto cada vez menos capaces de obligar a los gobiernos a adoptar determinadas medidas o tomar ciertas decisiones. A modo de compensación, sin embargo, se han multiplicado las formas de sanción al poder.
De esta forma, a la sombra de la democracia de expresión electoral e institucional, surgió una democracia de «soberanía social negativa», que descansa en la obstrucción del poder. Esta obstrucción, por su parte, produce resultados mucho más tangibles y visibles que otras formas de expresión política. A su vez, las coaliciones negativas han mostrado ser mucho más fáciles de construir y mantener en el tiempo, pues son capaces de acomodar mejor la diversidad.
Es mucho más sencillo, sugiere Rosanvallon, hacer perder votos a un hombre que ha cometido una torpeza que hacerle ganarlos a través de acciones originales o valientes. El poder de sanción es un poder de rechazo que se manifiesta en la forma de un pueblo-veto.
C. Poderes de judicialización
En tercer lugar, la contrademocracia se constituye por la figura del pueblo-juez. Su manifestación más visible es la judicialización de la política. En otras palabras, los ciudadanos hoy en día esperan obtener, mediante la vía judicial, los resultados que antes podrían haber esperado obtener por medio de elecciones regulares.
Hoy más que nunca los gobiernos están siendo presionados para rendir cuentas (accountability) ante la ciudadanía. Sin embargo, esta exigencia se ha visto acompañada por una tendencia a que los gobernantes escuchen menos las demandas sociales (responsiveness). Según Rosanvallon, esto implica que hemos pasado de las democracias de la confrontación a las democracias de la imputación.
Así, la figura del juez se ha vuelto cada vez más relevante en la política y el juicio se ha vuelto un mecanismo que permite poner a prueba a los representantes de forma tangible.
¿Ciudadanos pasivos?
El pueblo-controlador, el pueblo-veto y el pueblo-juez son formas indirectas del ejercicio de la soberanía popular que adquieren su materialidad por fuera de las instituciones. Como se ha dicho, la democracia electoral-representativa debe ser considerada en conjunto con estos poderes indirectos si es que se quiere captar adecuadamente la complejidad de la apropiación social del poder.
La idea de la desafección democrática tiene que ser reconsiderada a la luz de estas reflexiones. El crecimiento de la abstención electoral que experimentan la mayor parte de las democracias representativas contemporáneas no puede ser interpretado como un síntoma de apatía política o desinterés en los asuntos públicos.
El aumento de los indicadores de participación ciudadana en huelgas o manifestaciones, la firma de petitorios y las expresiones de solidaridad colectivas ante situaciones extremas sugieren que no nos encontramos en una era de apatía y que la idea del repliegue hacia el ámbito privado no tiene fundamento.
Conviene decir, pues, que estamos ante una diversificación del repertorio de expresión política. En la misma medida en que se erosionan los partidos políticos, aparecen nuevas organizaciones civiles impulsadas por causas específicas. Los ciudadanos tienen ante sí muchas formas de expresar sus reclamos o quejas, además del conocido voto.